Los esplendores del Ramleela
Cada año, durante el auspicioso período de Sharad Navratri en otoño, la India revive la mítica epopeya del dios Rama con su festival Ramleela. Un espectáculo ostentoso y popular al mismo tiempo, reúne hoy todavía a generaciones enteras alrededor de uno de los textos fundamentales de la religión hindú y de la filosofía india.
Diez de la noche, Varanasi. En una estrecha calle del barrio antiguo, un refugio para los más desprovistos, o dharamsala, mantiene sus puertas abiertas. Aquí, desde hace unos días, el vaivén y los gritos se intensifican cuando cae la noche. Fuera, las últimas tiendas han bajado sus persianas, y las concurridas calles han dado paso a algunas arterias tomadas por los últimos transeúntes y unos cuantos perros errantes.
En la oscuridad, los neones blancos del refugio y sus visitantes nocturnos no parecen molestar a nadie. Como si se tratara de un ritual ordinario. Desde hace décadas, es aquí, en este dharamsala de muros azul malva, donde la compañía del Shree Ramleela Samiti de Kashipura se prepara cada otoño para el espectáculo del Ramleela.
Según la tradición, los actores se consagran diez años enteros a la puesta en escena de la vida del dios Rama, mimando sus hazañas y sus conquistas, recordando sus valores y virtudes. Actores aficionados, chatarreros de día y divinidades de noche, harán su presentación toda la noche hasta el amanecer, en un patio habilitado al aire libre. En la India, durante los meses de septiembre y de octubre tienen lugar innumerables festividades. El Ramleela, con sus eventos llenos de colores, abre con grandeza esta popular temporada.
Muy celebrado en el norte del país, en particular en la región de Uttar Pradesh, el festival reúne de forma tradicional a los comités locales, o samiti, totalmente establecidos y financiados por los habitantes de diferentes barrios. En cada esquina, una vez que se pone el sol, las compañías, en general compuestas de actores no profesionales, realizan su espectáculo frente a su audiencia, siempre acompañados de un apuntador, más o menos discreto, y por cantantes.
Estos últimos darán ritmo al espectáculo entonando los pasajes principales de la epopeya con ayuda de tablas y platillos. Primer hijo del rey de Ayodhya, Rama encarna al hombre ideal en la religión hindú. Adorado por su padre pero aislado por su madre, el joven Rama se impondrá catorce largos años de exilio en el corazón del bosque, con el fin de preservar el honor paternal, renunciando igualmente al trono real. Durante su retiro, el demonio Ravana secuestrará a Sita, esposa del dios Rama, desencadenando una guerra monstruosa entre los ejércitos rivales. Durante su representación, el Ramleela reconstruye cada uno de los episodios con grandilocuencia, hasta la vuelta del dios victorioso a su reino.
Religión e identidad
Esa noche, en el antiguo Varanasi, la compañía de Kashipura se prepara para representar el último trozo de esta gigantesca fresca. Antes de subir a escena, todos se apresuran al interior del refugio y ajustan los últimos detalles, disfraces, pelucas, instrumentos, nada se pasa por alto, ni siquiera los ritos religiosos para honorar a las divinidades encarnadas.
Sentado en traje sobre una sencilla cama de madera , Jeetu Pandey, de 19 años, se prepara para ser el personaje principal de la obra. Desde hace ya cinco años, este joven bien constituido, de cara cuadrada, labios finos y mentón afirmativo, encarna al príncipe de Ayodhya. De aire indolente, se deja llevar por el infatigable Bhagwandas, maquillador de la compañía desde hace medio siglo. Mucho antes de la llegada de los actores, este viejo hombre de semblante demacrado, un poco sordo, y con la mirada diluida tras unas gruesas gafas, ya ha sacado y ordenado los bártulos necesarios para la ocasión.
En cajas precintadas y botellas oxidadas por el tiempo, los preciosos trajes, los tocados bordados de oro, las decoraciones brillantes, las joyas de gala, lentejuelas y polvos multicolores parecen salir de un sueño. «Todo lo que ven aquí tiene varias décadas, no ha cambiado nada», explica el anciano. Le creemos sin problemas. El trabajo de bordado y tejido es de otro tiempo. Sobre las pequeñas cajas en cobre y estaño, las inscripciones se han borrado y los olores rememoran viejos recuerdos. Esas marcas de desgaste, no sólo son las del tiempo que pasa, sino también las de los ensayos. «El Ramleela no es una simple diversión o una película que se hace para ser vista una sola vez. Habla de religión y de identidad, y es esto lo que empuja a la gente a reunirse cada año para asistir a este espectáculo», insiste el actor Bacche Lal Mishra, un antiguo de la compañía. Tras haber pasado 55 años de su vida interpretando diferentes personajes del mito, desde el demonio Ravana, rey del actual Sri Lanka y enemigo jurado del dios Rama, al fiel dios-simio Hanuman, el actor se jacta de conocer de memoria cada alabanza del abundante Ramayana, es decir palabra por palabra “el camino de Rama”. De mirada azulada, con un aire grave e inteligente, este veterano rememora con cierta amargura de los años en los que cada uno hacía un esfuerzo, mostrando un poco más de convicción y fervor en la encarnación de los personajes. En cincuenta años, es quizás el único cambio que apena a Bacche Lal Mishra. Tras actuar en varias ciudades del subcontinente, de Bihar a Uttar Pradesh, confiesa sin embargo disfrutar, particularmente, de sus prestaciones en la más sagrada de las ciudades indias.
En Varanasi, el actor reconoce encontrar un poco de este entusiasmo por el Ramleela que él aprecia tanto. «Vivimos algo diferente, en cuanto a la dedicación y personificación del dios Rama. Se reflejan por completo el respeto, la piedad y la misma religión, propias de Varanasi». Tras cada espectáculo, cuenta que sus personajes no les abandonan, y que, a veces, los actores siguen conversando entre ellos como Rama, Sita, Lakshman, Dashrat, Kaikeyi y otros magníficos seres de la mitología hindú.
Fuera, en este patio habilitado como teatro nocturno, una veintena de niños de mirada asombrada seguirán las ancestrales historias del dios Rama. Con el calor de este final de septiembre, Bacche Lal Mishra y sus amigos harán vibrar el Ramayana hasta pasada la medianoche, perpetuando en esta penumbra una tradición de varios siglos de edad.